miércoles, 20 de abril de 2011

Crónica del viaja a Puerto Rico. Día 8, lunes 28 de marzo.

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Antes de salir al aeropuerto tuvimos oportunidad de regresar por última vez al Viejo San Juan de día. Recorrer sus calles, presenciar sus edificios coloniales, su muelle y su fortaleza, era la despedida ideal de la isla que nos había tratado tan bien por una semana entera. Nos tocó coincidir en el mismo avión hacia Panamá a los poetas Robert Max Steenkist, Salvador Medina Barahona, Nelly Córdova, Carlos Villagra, Frank Báez y yo. Antes de que el avión saliera del puerto, Robert Max y yo buscamos por todos lados un trago de Pitorro (la bebida ilegal de Puerto Rico, hecha únicamente en casa y de la que está prohibida su venta pública porque no grava impuestos), la cara de sorpresa de todos a los que preguntábamos por un Pitorro era, de alguna forma, un broche de oro. Llegando a Panamá nos despedíamos por última vez, cada quien tomaría un vuelo a sus respectivos países, se hicieron presentes los abrazos y la breve ráfaga de nostalgia que a algunos nos dura hasta hoy día. El Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico terminaba para nosotros como una experiencia que no olvidaríamos jamás, regresábamos con la sonrisa siempre presente de los puertorriqueños, con el deseo vivo del pueblo por tener un Puerto Rico soberano, que no siga sujeto al yugo del sistema económico norteamericano, veníamos cargados de su pasión por la poesía, de todos los abrazos que nos prodigaban sin habernos siquiera visto antes, con los ojos llenos del azul de su mar Caribe, con el paladar plagado de sus sabores, regresábamos llenos de libros obsequiados y con la certeza de haber encontrado nuevos hermanos que nos seguirán acompañando siempre en este nuestra construcción de la poesía.


Llegaba a México por la noche y para no variar, al bajar se me notificaba que la caja improvisada que me había visto obligado a hacer para transportar todos los nuevos libros en el avión tenía que ser, por su carácter sospechoso, revisada por los perros antidrogas; la revisión me tomó otros cuarenta minutos, al terminar me tranquilizaba que los perros entrenados movían la cola en señal de seguridad, estoy seguro que por su olor conocían el contenido y eso los alegraba: era una inofensiva caja llena de poesía.


Mario Z Puglisi

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